Y de golpe, calor

Ya ha llegado el verano. Así, sin más, sin avisar. Si hace un par de días todavía estaba el agua de la piscina fría de narices, hoy estaba estupenda. Esto de caer del salón en la piscina es una maravilla. Qué menos después de ver a medio día que el termómetro del coche marcaba 37 grados. No sé que nos va a quedar para el verano. Bueno, si, trabajo y piscina, porque ¡me han renovado hasta Octubre! Estoy agotada, no doy a basto a lo largo del día. Pero me encanta mi trabajo. ¡Y que siga así por mucho tiempo! 

Bueno, nos os cuento mucho más que estoy rendida y ya me he pegado algún cacharrazo en la cara. Ya os contaré más boladas de la gente cuando tenga un rato.

Parece que no se va

Parece mentira que mientras más nos metemos en Septiembre, más calor hace. A mí me viene bien, me estoy pegando unas sesiones de playa como hace años que no tenía. Pero es que a este paso las Navidades las celebraremos en manga corta. Lo estoy pasando peor con el calor en el trabajo de las peinetas que en estos meses atrás. Y ya ni hablemos de la manta zamorana que llevo sobre los hombros cuando tengo ocasión (sí, soy un poco masoca y me gusta sufrir). Pero lo dicho, la playa ayuda mucho y la temperatura que tiene ahora mismo es ideal.

En fin, que hoy hace un calor de narices y por si no os habíais dado cuenta me está costando coger el sueño. Pero oye, es ponerme a escribir y mano de santo. Ya ando pegándome cacharrazos con el móvil en la cara…

La gracia de la primera «congelada»

El año pasado por estas fechas más o menos acabábamos de llegar a Alemania. Hace casi un año que empecé a descubrir cosas que hasta ese momento no había visto, salí por primera (y única vez) de España, y me sorprendí con lo que iba viendo día a día. ¿Que a qué viene todo esto? Mirando fotos de hace tiempo (y alguna más reciente) he visto esta que sin duda de haber tenido blog por aquel entonces la habría puesto sin dudarlo aunque tuviera unas pintillas de andar por casa terribles.

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Esto fue lo que me encontré en el tendedero del balcón de casa de mi suegra al ir a recoger unas toallas que había lavado ese día. Sí, es una toalla literalmente congelada. Que ya os oigo a algunas que eso no es gracioso, que es una putada como una catedral. Y razón no os falta, me lo demostró la ropa días después. Pero por ser la primera vez me hizo una gracia tremenda. Desde luego, esto no se ve todos los días en España, y menos en mi pueblo.

Sin ir más lejos, hoy me he pasado unas cuantas horas al aire libre en tirantes haciendo un intento de coger algo de colorcillo en la cara y los hombros. Pero nada, oye. Quizá si me lo pinto consiga algo.

A ver si mañana vuelve ya el vecino, que me ha dejado sin internet y desde el móvil no puedo contestar a los comentarios que me vais haciendo. Yo los leo, pero el chisme ha decidido declararme la guerra y se ha vuelto selectivo con lo que me deja navegar por internet. ¡Que vuelva de una vez!

Rezando por unas nubes

Hay una cosa que nunca habría pensado en encontrarme en Alemania, y hoy la estoy sufriendo con todas sus consecuencias. Estamos en plena ola de calor. Y es que los 35 grados que hemos tenido hoy han sido terribles. No quiero ni imaginarme si tuviéramos las mismas temperaturas que en Andalucía. Asaditos perdidos saldríamos de aquí.

Antes que nada, he de deciros que he pasado un verano entero en Sevilla y he sido la única zumbada que con 45 grados salía de casa a dar una vuelta a las 4 de la tarde. Sí, lo sé, no estoy bien de la cabeza algunas veces. Claro, al volver a mi pueblo con sus 30 y pico grados, me parecía el paraíso. Pero aquí lo estoy sufriendo (bueno, lo estamos) más de lo que podría parecer.

Mi mejor amigo hoy, y que me va a acompañar hasta el lunes que se supone que va a llover, es un spray de esos limpia-cristales lleno de agua fresquita. Y ayuda, pero no es suficiente. Me he echado agua muchas veces y en cuestión de 5 minutos ya estaba «seca», que las perlitas de sudor nos han acompañado toda la tarde. Si fuera hay 35 grados, dentro tenemos entre 5 y 10 más. Un horno a gran escala. Estoy segura que si llego a poner un bizcocho encima de la mesa de esos de hornear y listo, no solo se habría cocinado, se habría quemado. A eso añádele la humedad, de esa pegajosa que te atrapa en la silla y no te deja moverte. Cualquiera hacía el intento, y menos para salir a pleno sol.

Hemos tenido sesión de piscina, y he de decir que mucho más concurrida que de costumbre (se ve que no somos los únicos que hoy teníamos mucho más calor). Pero a la vuelta nos acechaba la «madre postiza» que paseaba a su perro, así que hemos tenido que hacer un camino más lento, no vaya a ser que me vea despeinada y le de otra vez por querer cortarme el pelo. Que yo me lo recojo en un moño y tan fresquita que voy, no necesito que ningún alma caritativa me alivie de estas temperaturas cortándome mi melena. Así que ahí estábamos los dos, a pleno sol, a las 6 de la tarde, en bañador y sin una mísera sombra. Hemos llegado a casa con la lengua fuera y buscando desesperadamente el agua fresca de la nevera.

Son casi las 12 de la noche y estamos a 26 grados. Os juro que va a ser la primera noche desde que pisé suelo teutón que voy a dormir sin el nórdico. Y no me llaméis exagerada, que mi novio que es mucho más caluroso se ha apuntado a dormir bajo él todas y cada una de las noches. Sólo nos queda esperar al lunes y, con un poco de suerte, que refresque. Porque si no, pienso mudarme a la piscina indefinidamente.

¡Me derrito!

En Alemania hace fresquito, decían. Allí a penas hace calor, decían. A traición, así me colaron el concepto del clima en Alemania en verano. Porque estoy sufriendo un calor horroroso estos días. Hay veces que temo comenzar a derretirme en cualquier momento como los helados que me como.

Que estamos ni más ni menos que a 32º a eso de las 5 de la tarde, y si a eso le sumamos el horno en el que vivo, la temperatura sube de una forma asombrosa. En este lado del camping no hay ni un mísero árbol que nos dé sombra, y para colmo la mitad de las ventanas están de adorno. Resulta que el «lumbreras» (por no decir algo más fuerte) que construyó la caseta que nos hace de salón y cocina y que tiene un tejadillo sobre la caravana (menos mal, algo hizo bien) decidió que eso de que las ventanas se abrieran era una tontería. A ver si puedo explicarme.

En la caseta tenemos en total 3 ventanas, de dos hojas cada una. De ellas, sólo 2 se abren, eso sí, una hoja que está partida en horizontal y es corredera hacia abajo. Vamos, que el hueco que queda realmente abierto viene a ser un cuarto de ventana. Corriente, poca. Y en la caravana solo se abren las dos de los extremos (y una de ellas es de la cocina, los que alguna vez habéis estado en una sabréis por qué lo digo, el resto, mejor visitar San Google). Las otras 3 ventanas coinciden con las columnas que sujetan el techo del tinglado, así que es imposible abrirlas.

Pues ahí estamos los 4 a las 6 de la tarde con la lengua fuera, la puerta abierta de par en par a ver si tenemos algo de suerte y no solo entra el sol y cambiando de silla porque se recalientan las que están pegadas a la pared, como el mini-sofá. Que si tuviéramos algún mueble de piel, no nos despegan ni con espátula.

En esos momento lo único que ayuda es la piscina, que como tiene árboles altos alrededor casi nunca le da el sol y está fría del carajo. Así que las opciones son o morirnos de calor o pegarse un chapuzón en una piscina que con suerte alcanza los 22º. Que cuando llevas unos minutos en el agua el cuerpo se acostumbra, pero la impresión que da al meterse, corta la respiración.

Ni quiero imaginarme si algún día tenemos una ola de calor de esas bestias de 42º. Ahí directamente me meto en la mini-nevera y no salgo. Pero lo que más me sigue desconcertando es tener que dormir con edredón, que de noche hace fresquito y eso de dormir con una sábana implica pillar un resfriado.

Sueño con el día en que sale nublado y llueve un poco, que al menos nos da un respiro. Según el hombre del tiempo, el jueves lloverá. Espero que como los últimos 3 meses no se equivoque, que yo cuando rezaba para que llegara el verano no contaba con que esto iba a ser un horno a lo grande.

Por cierto, tenéis una pequeña actualización en «Curiosidades del blog».

Es el ciclo del camping

Cuando una pasa tanto tiempo en el camping, se da cuenta de algunos detalles que de otro modo hubieran pasado desapercibidos para alguien que esté de paso. Y es que esta gente de la zona para visitantes tienen un ciclo muy peculiar.

Por lo general vienen holandeses sobre todo, y de verdad, a veces me da la sensación de que son como los champiñones. No los ves venir, pero de repente están ahí. Puedo ir por la mañana a sacar a los perros y que no haya ni una sola caravana en la zona de paso, pero por la tarde (y sin exagerar en cuestión de 1 hora y pico) se llena hasta la bandera. 40 o 50 caravanas instaladas con sus respectivos chiringuitos, los perros, las plantas… en fin, todo el equipo montado en un tiempo record.

Al principio me preguntaba si esta gente se quedaría mucho tiempo, pero me he dado cuenta (de sobra) que la mayoría montan todo el tenderete para apenas pasar una noche o dos como mucho. Y por muchas que haya por la noche, la mañana siguiente no queda ni una. No se a que hora se irán, nunca he madrugado tanto como para verlo, pero tienen que formarse unas colas tremendas para salir por una entrada tan pequeña. Por suerte, la zona para los fijos o «VIP» no queda de paso para salir, que si no, no habría quien pegara ojo por las mañanas.

Pero la verdad es que no acabo de acostumbrarme a ver a matrimonios con cerca de 80 años (que algunos yo creo que ni si quiera están en condiciones de conducir, menos una caravana de 6 metros) tirados (o despatarrados según el matrimonio) en la tumbona al solecito cual lagartija con un mini bañador de esos que tapan algo menos que lo justo y con un tono de piel ultra tostado. Y oye, que a 35 grados asfixiantes aguantan horas y horas a pleno sol sin que les de un síncope. Yo le veo mérito.

Definitivamente soy la más blanca del camping, y aunque ya tenga la marca de las chanclas, aún me queda mucho para mimetizarme con el entorno, que yo creo que ni en 3 veranos seguidos conseguiría ese tono sin pillar un cancer de piel. Yo de momento, me conformo con el sol que tomo cuando saco a los perros a pasear, que cualquiera aguanta aquí el calor en la tumbona (mami, se que tu si que lo disfrutarías, que sabemos que en una vida pasada  fuiste iguana). A veces dudo si paso más calor dentro que fuera, pero definitivamente, fuera al sol una acaba quemada literalmente.